lunes, 4 de diciembre de 2006

Elegir (o no) un camino

A mí me sucedió en Trocadéro, aunque me podía haber pasado en Etólie. Eso sí: esos dos son los únicos lugares en los que algo así te puede ocurrir en París: estaciones de metro en las que dos líneas se cruzan. Dos líneas que, al menos por un extremo, finalizan en el mismo punto. Nation.


http://www.parisinfo.de/images/paris-metro-plan-karte.jpg

Apresurado como siempre para no perder el tiempo, me fijo sólo en el punto final del trayecto. La idea es alcanzar Les Halles usando la línea 9 cambiando a la 1 en Franklin D. Roosevelt. Sigo un cartel que dice Direction Nation. Y me acomodo en un vagón.

El convoy sale a respirar un tramo a la superficie y la intensa luz de la Torre Eiffel me llama la atención. Su referencia hace que salten las alarmas de mi sentido de la ubicación. Vamos hacia el sur, hemos cruzado el Sena. Me alejo de la estación Roosevelt. He tomado la línea 6 en vez de la 9. Entonces reparo en lo inusual del hecho: ambas se dirigen a Nation. Y ambas se cruzaron en mi vida en Trocadéro.

El error se puede enmendar. Cambiando en Montparnasse a la 4 me dirijo al norte directo a Les Halles.

Existen situaciones en las que, ante determinados hechos, los que compiten deben elegir un determinado camino entre varias alternativas. Esto suele suceder, por ejemplo, en momento de cambios significativos de tecnología. La evolución de los acontecimientos a partir de entonces se asemeja a una carrera de natación particular, con una caprichosa regla: no se informa a los participantes sobre cuál de los 4 bordes de la piscina es la meta de la carrera en el momento de la salida. Ese dato sólo está disponible tiempo después. No se sabe cuándo.

Unos nadadores, los prudentes, optan por no saltar a la piscina hasta saber a dónde deben dirigirse, arriesgándose, con gran probabilidad, a no ganar. Otro grupo se lanza al ruedo, unos pensando alcanzar el centro de la piscina para estar cerca del mayor número de laterales posible, otros directos al borde que piensan va a ser el destino. Los primeros pueden quedarse en el camino, ahogados, si la vital información tarda mucho tiempo en llegar. Los segundos se mojan dos veces. Y llegan los primeros. O los últimos.

Elegir el destino, y también el camino, es fundamental. Mojarse, como en otoño en París, tiene su recompensa.

Pero ¡qué gustito da poder a veces dejarse llevar por el destino, por el soplo de la providencia (con pe minúscula)!. Yo lo hago conscientemente cuando sé que hay Montparnasses por el camino que permiten rectificar. O cuando el destino es irrelevante. Porque te puedes permitir ganar o perder. Norte, sur, este, oeste. Qué más da por una vez. Y el engranaje automático de las casualidades actúa, por una vez, como le da la real gana.

Presuntamente, una tal Soledad de Valencia, se implicó en una ocasión en estas disquisiciones: "Que importa perder sino puedes ganar".

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo creo que lo bonito siempre es poder decidir, ser libres para tomar el camino que quieras. Si te confundes, al menos te consuela saber que fue tu decisión.
Un abrazo enorme. óscar

Anónimo dijo...

"Yo ofrezco la vida entera para empezar...", es el verso que completa el versículo final de tu post, y así es como a veces me siento, que por muchas flechas e indicaciones que haya en los trayectos, a veces es mejor aventurarse y perderse, y dar tantas vueltas sean necesarias, a la piscina o la red de metro, si con ello sabes que afianzas tus pasos. Por otro lado, quedarse en el borde de la piscina es condenarse a pasar frío. Siempre será mejor empaparse, aunque sea con agua de charco.