jueves, 10 de mayo de 2007

Praga en mi interior

Un recuerdo de los días de 1988 transcurridos en Praga quedó nítidamente cincelado en mi memoria. Lo conforman hileras de edificios, de fachadas desconchadas y grises, oscurecidas por el tiempo y la contaminación. Un aire roto, una atmósfera vacía y una dejadez que lo inunda todo.

Hoy veo esas fachadas repintadas hasta el más mínimo detalle. Un adoquinado lustroso de parque temático. Unas torres deliberadamente oscuras para recordarnos lo que este lugar fue hace no mucho tiempo. Y un aire limpio que recorta las siluetas de los campanarios sobre esas nubes que siempre están ahí.

Han pasado casi 20 años, casi como un soplo. Pero la transformación del alma de esta ciudad parece una metamorfosis de cinco generaciones. No queda nostalgia. Ha sido sustituida por una belleza brillantísima y sin paliativos. Una belleza de producto artificial que apabulla sin piedad a los que la contemplan.

Hoy me miro en el espejo y hago el esfuerzo de compararme con la imagen que la plata me devolvía la última vez que estuve aquí, en un ejercicio de competición con la metamorfosis de esta ciudad. Veo algunas marcas del tiempo rasgando la imagen de mí que veo reflejada. Pero también puedo contemplar las cicatrices del alma e, incluso, algunas heridas que siguen abiertas. Boquetes que duelen.

Pienso en la mano de pintura que necesita lo que hay dentro de mí, en algo o alguien que lustre lo que va quedando, como el pintor de las paredes de Praga.

O quizá sea mejor conformarse en la contemplación de la belleza rancia, gris y melancólica del pasado. La belleza que lo es precisamente por no estar restaurada, por ser más auténtica.

Es el Praga de 1988 que todavía está en mi interior.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Kafka, un icono de esa ciudad, escribió una metamorfosis en negativo, un hombre que se convierte en insecto, en bicho. Pero las metamorfosis también pueden ser en positivo, y si no que se lo pregunten a las mariposas. La belleza y la fealdad conviven, dos caras de lo mismo, sólo hay que saber disfrutar de cada momento, entender cada época histórica, cada corriente artística, y contemplar, dejarse llevar. Y disfrutar.