miércoles, 10 de enero de 2007

El tren

Hay trenes que pasan y hay trenes que se cogen. O que no.

Hay vías alternativas y cambios de aguja que se pueden accionar. O no.

Pero él no parecía tener claro que hay dónde elegir. Era demasiado tiempo con la misma persona, con la misma rutina, en la misma casa. Un hábil lazo amarró su corazón. Los intereses materiales puestos en común hicieron el resto del trabajo.

Hace unas semanas el ordenador había escupido mierda. El maldito aparato vomitó pesadillas y engaños que le salpicaron toda esa ropa que, como siempre, había seleccionado con sumo cuidado al objeto de proyectar en el espejo una imagen perfecta.

Se sintió sucio, manchado, asquerosamente pestilente. Apretó los dientes, gritó, lloró a moco tendido. Clavó sus uñas en la base mullida de su silla, casi desgarrando el asiento del vagón que le transportaba. Se sintió vacío. Como ido. Ausente.

Hasta ese día había viajado (más o menos) cómodo en su tren, aposentado en su butaca de primera clase. Pero la convulsión informática le hizo alcanzar el timbre de emergencia y el convoy aminoró su velocidad. Saltó decidido del vagón y dio unos pasos en tierra firme. Voló. Por unos días cambió de continente. Respiró aire nuevo y puro. Pero la locomotora no estaba dispuesta a perder a este pasajero. Y probablemente tampoco a muchos otros. Se mantuvo casi detenida observándole caminar, estirarse, respirar profundamente. Al acecho.

Echó la vista atrás y, en ese momento, no vio ningún otro convoy a la vista. Se asustó. Pensó en la soledad. Las mejores imágenes a todo color y alta definición de los ratos agradables pasados durante su viaje acribillaron sin piedad alguna su pensamiento.

Él no lo sabe, pero el pánico le atenaza tanto el cerebro como el lazo su corazón. Y nunca nadie le ha regalado unos prismáticos que le permitan ver que sí, que desde allá, desde el lejano horizonte se aproximan otros caballos de acero. Que hay alternativas, que hay un mundo donde elegir.

Ya ha puesto un pie en la escalerilla que le ha de devolver a su vagón.


A 10 de enero de 2007, sobrevolando el manto blanco de los Alpes.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Lo bueno de ser libres, que siempre podemos elegir. Para algunos es una pesadilla, pero para mí es el mejor regalo.

Feliz Año. óscar