miércoles, 17 de enero de 2007

La cárcel

La imagen que tengo de una celda es la de un lugar oscuro y húmedo. Sobre todo húmedo.

Al margen de la visión desagradable del espacio físico que nos componemos en la cabeza, todos vivimos, en mayor o menor medida, en una celda permanente. Esta cárcel tiene la forma de ataduras emocionales más o menos explicitadas de las que todos somos objeto, de controles a los que nos someten las personas que nos rodean. Viene determinada por el estrecho margen de libertad de actuación del que a veces disponemos para tomar determinadas decisiones. Son restricciones diarias que cuando se convierten en rutina se vuelven asfixiantes. Son fríos tubos de metal que nos rodean, que están ahí aunque no los veamos y que están presentes en todos los ámbitos de nuestra vida.

Recuerdo una ocasión en el que en una compañía que factura casi 60 millones de euros al año se retrasó una decisión que implicaba un coste de 15.000 euros porque el director pidió que se recabara la opinión de un sinnúmero de ejecutivos. La espera tuvo sus consecuencias, y el problema que se trataba de solucionar se demoró por muchos más meses. Tener una responsabilidad (personal o profesional) y estar sujeto a un control sin sentido es estar encerrado en una cárcel.

El control gratuito, que no responde a nada, a ninguna necesidad real o práctica. La falta de confianza (muchas veces sin fundamento). La obligación perpetua a satisfacer, sí o sí, a los que nos rodean. Son el hormigón sobre el que día a día se van erigiendo los barrotes de acero que nos introducen en la oscuridad. Que nos hacen menos libres. Que nos ahogan. Que nos roban la felicidad.

A veces hay que parar y dar un grito. Y hacer que el sol entre con fuerza en nuestro cubículo carcelario. Eliminar la oscuridad. Y conseguir que el calor de sus rayos fulmine la humedad permanente que se cuela y que cala nuestras vidas. Es sano hacerlo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Lo que dices es cierto, pero también es verdad que cada uno arrastra su propia cárcel, e impone a otros determinados roles. Es verdad que la falta de libertad agobia, asfixia, pero no me menos lo es que hay actitudes de control, y situaciones puntuales en las que se cometen errores que por suerte no están obligados a derivar en bancarrota. Espero que haya entrado algo de sol.