martes, 17 de abril de 2007

Lo que hay que hacer si vas a Moher

Moher es el nombre que recibe un paraje al oeste de Irlanda famoso en el país porque justo en ese lugar 4 inmensas paredes de piedra se desploman sobre el océano Atlántico.

Hace unos años a alguien se le ocurrió una genial idea. Políticos locales y capitalinos y arquitectos de pro decidieron, con el apoyo de los siempre utilísimos fondos de la Unión Europea, construir sobre los prados que coronan los acantilados un macro centro de acogida para turistas. Una especie de mini parque temático dedicado al acantilado. Y urbanizaron la zona construyendo un amplio camino de piedra para pasear a más de 5 metros del precipicio. Se llevaron consigo la magia del lugar.

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Es ya tarde. Va quedando poca gente. En cierto lugar descubrimos una enorme plataforma de piedra, prácticamente plana por la erosión, que se asoma valientemente sobre los más de doscientos metros que la separan del agua. Saltamos el muro de piedra que separa el camino empedrado del abismo y alcanzamos el borde de la plataforma. Nos sentamos descolgando las piernas en el vacío y contemplamos la pequeña bola amarilla que en ese momento se encamina hacia su chapuzón diario. Y tenemos lo que veníamos a buscar: la luz del atardecer recortando los acantilados ante nuestra mirada. La sensación del viento sobre nuestras caras. El sonido del agua golpeando salvajemente la roca. Y por fin, vivimos el vértigo de la altura, la experiencia mágica de Moher.

A veces, lo que hay que hacer es pasarse las normas por el forro. En Moher hay que saltar la valla.

1 comentario:

Anónimo dijo...

"...y ciento de lugares que sin ti no valen nada..." (Ismael Serrano)