sábado, 23 de diciembre de 2006

Arriba y abajo

Ella sabía que andaba desbocada por el trapecio. Que había subido muy alto. Y que no había red. Que allá abajo no se veía una malla tupida, como la densa telaraña del metro de París, o incluso del de Madrid. Sabía que la hostia iba a ser monumental. Pero no le importaba.

Escalón a escalón había llegado arriba. Muy arriba. Como nunca jamás. Palabra a palabra. Ilusión a ilusión. A base de roces falsamente fortuitos al principio. Caricias después. Abrazos desesperados últimamente.

Se enganchó a él pensando que así nada les separaría. Ideando planes para toda la vida. Ocupando su cerebro permanentemente con sus imágenes. Sintiendo sobre la piel sus manos en todo momento. Construyendo precipitadamente un álbum de recuerdos con todos los sitios por los que habían pasado.

- Dime una huachafería por favor, aunque sea la última.

No hubo contestación.

La hostia fue monumental.

Pedazo de año

Infierno y paraíso.

Guerra y paz.

Bofetadas y caricias.

Pequeños enemigos, grandes amigos.

Drama y comedia.

Piscina de lágrimas, mar de esperanza.

Del derecho y del revés.

Fantasmas en la cabeza, mariposas en la tripa

Oscuridad y luz.


Año montaña rusa.

Ha valido la pena.

Pedazo de 2006.

viernes, 15 de diciembre de 2006

La otra cara de las cosas

I
Llega el final de año y es inevitable. Miramos (algunos de reojo) hacia atrás. Nos gusta hacer balance. Y también hacernos promesas con la vista puesta en el año que entra.

Al final todo se resume (o debería resumirse) en un criterio. En una única vara de medir el año. Esa unidad de medida se llama felicidad.

II
En las escuelas de negocios se enseña con profusión y se aplica en la teoría de algún lejano ejemplo, se sintetizan sus resultados y se extraen conclusiones de artificio: me refiero a una herramienta paradigmática de las clases de estrategia, el análisis DAFO. Los alumnos se esmeran en identificar las Debilidades, las Amenazas, las Fortalezas, las Debilidades de una compañía ficticia. Pero ellos lo viven como si fuera de verdad.

Como ejercicio intelectual no está mal. Puede ayudar a ordenar las ideas. Pero enseguida nos damos cuenta de que muchas fortalezas son simples lados positivos de debilidades, que muchas amenazas son lados oscuros de oportunidades que en realidad existen y arrojan luz. Los inconvenientes son la cara oculta y simétrica de los ventajas.

Cuando en el mundo de la realidad empresarial te enredas con el DAFO te puedes introducir en una tormenta conceptual. Sólo hay que darle una vuelta de tuerca a la debilidad para convertirla en fortaleza. Una amenaza se puede metamorfosear, con un poco de creatividad, en una oportunidad salvadora.

III
En diciembre miramos hacia atrás y nos preguntamos, ¿Qué es en realidad la felicidad?

No es mi intención banalizar ni simplificar en exceso una cuestión sobre la que se han escrito millones de páginas. No. Pero como me gusta huir de los largos tratados y aproximarme a los temas por la vía de las soluciones ejecutivas, al punto, exprés, lanzo aquí una idea simple que aprendí de un psiquiatra americano.

La felicidad es distancia.

La felicidad es el trayecto que existe entre lo que nos ocurre y lo que nos afecta. Si somos capaces de dominar el mecanismo por el cual lo que nos sucede y lo que acontece a nuestro alrededor impacta en nosotros, tendremos una de las claves fundamentales de la felicidad. La cuestión es maximizar el efecto en nosotros de lo bueno que nos ocurre y minimizar, sino anular, la proyección de lo malo sobre nosotros. O mejor: extraer cosas buenas de lo malo (que siempre las hay) y meterlas en la maleta. Extraer de la amenaza una oportunidad. Transformar una debilidad en una fortaleza.

Como hacen los alumnos aspirantes a empresarios de pro.

¿A que parece fácil?

lunes, 11 de diciembre de 2006

Padre Maruja

Lo confieso. En realidad me gusta.

Acabo de pasar 5 días seguidos con los 4 niños a solas en la casa de la montaña. Y claro: dosis triple de marujeo.

Abre la casa, deshaz maletas, ve a la compra, guisa, recoge y friega, plancha, prepara las camas, despioja, baña, da de cenar, viste y desviste, haz las coletas a las niñas ("Papá, tú siempre nos haces cola de caballo porque no sabes hacer otro peinado"), consigue que hagan los deberes y que lean, sal a pasear, dibuja, pinta y recorta los figuras de Navidad que hemos preparado para combatir la escasez adornos de este año en Lagasca.

El día es no parar.

- Veo una cosita que empieza por la A
- (...) Imposible me rindo
- ¡Ojo!
- Pero Joaquín: ¡no empieza por A!

Y poner paz.

- Papá, Joaquín me ha llamado gilimema
- ¡Eso no se dice! ¡Queréis parar, por favor!

Pero qué le voy a hacer. Me lo paso bien.

Lo sé. Que si tienes poca mano. Que si limpias sólo por encima. Que si qué arrugas dejas. No importa. No me van a desmoralizar.

Manolo, con tino, ya pilló mi falso lamento.

18.30 de un viernes de una semana alterna cuaquiera

- Hola Joaquín por dónde andas.
- Pues nada, aquí me pillas, con la tortilla de patatas
- Anda, anda, que sarna con gusto no pica

Se oye un grito de arenga: "¡¡¡Papaaaa Supeeeeer Maruja!!!"

Y estalla una carcajada en estéreo, desde 4 altavoces. Un sonido que no se paga ni con todo el oro del mundo.

viernes, 8 de diciembre de 2006

Promesas fallidas

"Te prometo que trataré de mejorar, que me esforzaré más para que esto no vuelva a suceder. Te quiero y sólo quiero trabajar para verte siempre esa sonrisa que tanto me gusta"

Las palabras cayeron como un mazazo en su cerebro. El hecho de que su transmisión se hubiese producido por el medio escrito le asqueaba aún más. Sonaba a declaración jurada, a contrato privado entre las partes, a acuerdo de sumisión y esclavitud.

Las palabras le transportaron a su pasado. A ocho largos años de sometimiento emocional y acatamiento de los sentimientos ajenos. A años de medir cada acción, cada mensaje con el objetivo de minimizar cualquier reacción explosiva. Esa reacción en cadena, esa fisión nuclear que había bombardeado y finalmente herido de muerte su relación.

Hay un difícil equilibrio que es necesario mantener entre lo que uno piensa en sí mismo y lo que se quiere entregar al prójimo. El equilibrio se ha de alcanzar (ellos lo habían hecho) y mantener (ahí estaba su reto).

El desequilibrio los condujo al alejamiento y a una falta de respeto asimétrica. Y hoy cada uno evoluciona en una punta opuesta del planeta.

lunes, 4 de diciembre de 2006

Elegir (o no) un camino

A mí me sucedió en Trocadéro, aunque me podía haber pasado en Etólie. Eso sí: esos dos son los únicos lugares en los que algo así te puede ocurrir en París: estaciones de metro en las que dos líneas se cruzan. Dos líneas que, al menos por un extremo, finalizan en el mismo punto. Nation.


http://www.parisinfo.de/images/paris-metro-plan-karte.jpg

Apresurado como siempre para no perder el tiempo, me fijo sólo en el punto final del trayecto. La idea es alcanzar Les Halles usando la línea 9 cambiando a la 1 en Franklin D. Roosevelt. Sigo un cartel que dice Direction Nation. Y me acomodo en un vagón.

El convoy sale a respirar un tramo a la superficie y la intensa luz de la Torre Eiffel me llama la atención. Su referencia hace que salten las alarmas de mi sentido de la ubicación. Vamos hacia el sur, hemos cruzado el Sena. Me alejo de la estación Roosevelt. He tomado la línea 6 en vez de la 9. Entonces reparo en lo inusual del hecho: ambas se dirigen a Nation. Y ambas se cruzaron en mi vida en Trocadéro.

El error se puede enmendar. Cambiando en Montparnasse a la 4 me dirijo al norte directo a Les Halles.

Existen situaciones en las que, ante determinados hechos, los que compiten deben elegir un determinado camino entre varias alternativas. Esto suele suceder, por ejemplo, en momento de cambios significativos de tecnología. La evolución de los acontecimientos a partir de entonces se asemeja a una carrera de natación particular, con una caprichosa regla: no se informa a los participantes sobre cuál de los 4 bordes de la piscina es la meta de la carrera en el momento de la salida. Ese dato sólo está disponible tiempo después. No se sabe cuándo.

Unos nadadores, los prudentes, optan por no saltar a la piscina hasta saber a dónde deben dirigirse, arriesgándose, con gran probabilidad, a no ganar. Otro grupo se lanza al ruedo, unos pensando alcanzar el centro de la piscina para estar cerca del mayor número de laterales posible, otros directos al borde que piensan va a ser el destino. Los primeros pueden quedarse en el camino, ahogados, si la vital información tarda mucho tiempo en llegar. Los segundos se mojan dos veces. Y llegan los primeros. O los últimos.

Elegir el destino, y también el camino, es fundamental. Mojarse, como en otoño en París, tiene su recompensa.

Pero ¡qué gustito da poder a veces dejarse llevar por el destino, por el soplo de la providencia (con pe minúscula)!. Yo lo hago conscientemente cuando sé que hay Montparnasses por el camino que permiten rectificar. O cuando el destino es irrelevante. Porque te puedes permitir ganar o perder. Norte, sur, este, oeste. Qué más da por una vez. Y el engranaje automático de las casualidades actúa, por una vez, como le da la real gana.

Presuntamente, una tal Soledad de Valencia, se implicó en una ocasión en estas disquisiciones: "Que importa perder sino puedes ganar".