miércoles, 23 de mayo de 2007

Orden y concierto

He de admitirlo y lo admito: soy desordenado. No presto atención a la organización constante de las cosas en sus lugares correspondientes. Los objetos se acumulan sin orden aparente durante días. Los papeles se amontonan peligrosamente en los más insospechados lugares. Los correos electrónicos son archivados sin piedad en una carpeta creada para la ocasión: "A procesar".

Por el contrario, mi modus operandi es el del ataque de necesidad de reordenación momentáneo. Me da la vena a trompicones. Súbitamente y sin motivo aparente reorganizo el despacho de arriba abajo, elimino montañas de papeles, me cargo montones de bookmarks acumulados en mi navegador de internet, leo y gestiono cientos de emails, elimino los montones de archivos que inundan el escritorio de mi ordenador y limpio de cualquier objeto improcedente todas y cada una de las superficies horizontales de mi casa.

Pasar de golpe a la acción con el objeto de reestablecer el orden perdido es una actividad que me reconforta. Es como cuando puedes saborear la paz después de un periodo de guerra. Quizá ésta sea la razón por la que soy adicto a tal forma de actuar. Proporciona cierto placer y una mayor satisfacción.

La ausencia de orden y concierto en el mundo de lo material no es grave. Ni siquiera lo es cuando afecta al medio electrónico. Los problemas empiezan si la desorganización afecta a las ideas, a los pensamientos. Es entonces cuando comienza a ser necesario pasar de una gestión discreta, a base de golpes de efecto discontinuos, a la atención constante.

lunes, 14 de mayo de 2007

Confusión de conceptos

Pensándolo bien, y por mucho que insista la Academia de la Lengua llevando la contraria, realmente hay poca diferencia entre un hobby y (lo que se viene a denominar como) un vicio. Ambas actividades son aficiones de uno, aunque las primeras sean algo más confesables que las segundas. Pero es que incluso la frontera entre lo confesable y lo que conviene mantener oculto al conocimiento de los demás es difusa. Es por ello, y no por otra razón cualquiera, que ambas acepciones puedan llegar a confundirse, a convertirse en sinónimas: ni siquiera el grado de confesabilidad permite discernir entre uno y otro concepto.

De todas esas aficiones haylas pequeñas y grandes, frecuentes y esporádicas, puntuales o de larga duración, caras o baratas, solitarias o en grupo. Pero nunca dejan de ser lo que son: entretenimientos del ser humano, pasos adelante que le permiten hacer su instalación temporal en la vida más agradable y más placentera.

A tal efecto, al objeto de ser capaces de dirimir sobre la conveniencia de llevar a cabo tal o cual afición, sólo existe una frontera a considerar: la ley. O lo que es lo mismo: la interpretación de nuestros (queridos) representantes públicos de lo que significa no joder al prójimo (si es que al prójimo no le apetece, claro)

domingo, 13 de mayo de 2007

Por si un día ese libro se extravía

Acababa de ventilarse las primeras páginas del último lanzamiento de una de sus autoras favoritas, la historia de una pareja que descubre un pasado lleno de sucesos comunes entrelazados. "Es que cuando leo a ésta me corro de gusto", había llegado a decir a colación de la susodicha escritora.

Entonces alguien le recordó que no tenía un pasado común con quien ahora compartía la mayoría de su tiempo, como sucedía con los protagonistas de la novela. Que su fortuito encuentro se había producido ya entrada la edad adulta y que con anterioridad a ese momento no había habido ramas de vivencias entrelazadas. Ni vericuetos del camino que hicieran que las sendas se encontrasen. Tan sólo podían compartir el recuerdo de dos vías paralelas trufadas de experiencias, eso sí, muchas de ellas coincidentes (aunque salvando las distancias). Y eran esas coincidencias la base de la fuerza que inexplicablemente les unía, porque el destino había labrado sus caracteres a base de golpes similares, de heridas en los mismos lugares.

Sí, sus caminos se habían encontrado. Y por delante senda pero no destino. "¿Qué más da? Ya hemos podido comprobar que el camino puede dar tantas satisfacciones como alcanzar el final del trayecto", se consolaron.

Unos días más tarde acabó de pulirse las casi 1.000 páginas del tocho. Entonces pudo leer una escueta frase, escrita a mano, justo al ladito del FIN correspondiente.

"¿Te gusta conducir?"


Recodo del trayecto entre Brasov y Sighisoara, en el epicentro de Transilvania. Mayo de 2007

jueves, 10 de mayo de 2007

Reflexiones (aparentemente) anacrónicas

Hace unos días tuve la oportunidad de asistir a un encuentro con Lech Walesa (ex Presidente de Polonia y Premio Nobel de la Paz) y Vaclav Havel (ex Presidente de la República Checa). Ambos fueron los líderes de sendos movimientos civiles que llevaron a cabo la revolución pacífica con la que se puso fin a los totalitarismos comunistas de sus respectivos países.

Los dos líderes repasaron las claves de esa transición que ha llevado a sus sociedades a niveles de bienestar y libertad impensables hace 20 años. Pero lo que me llamó la atención fueron sus menciones al rol que, desde su punto de vista, han jugado los Estados Unidos en la historia mundial del siglo pasado. Llamaban la atención esos comentarios por producirse en un momento de gran (y posiblemente merecido gracias al liderazgo que actualmente sufren, los pobres) descrédito y demonización de los Estados Unidos de América. Fueron unas observaciones que apelaban a la ampliación de la perspectiva histórica que es preciso tener. Las mencionadas reflexiones se verbalizaron aproximadamente de la siguiente forma y manera:

•"Europa generó dos grandes guerras mundiales. Y fueron los Estados Unidos los que, al final, permitieron alcanzar una salida (relativamente airosa, con la derrota de los totalitarismos causantes de las mismas) a esos conflictos"

•"Debemos a los Estados Unidos una gran parte de la transición de los países de antiguo régimen soviético a la democracia, por la presión implacable que ejerció durante años sobre la Unión Soviética. Cuanto menos, dicha presión sirvió para acelerar los acontecimientos"

Praga en mi interior

Un recuerdo de los días de 1988 transcurridos en Praga quedó nítidamente cincelado en mi memoria. Lo conforman hileras de edificios, de fachadas desconchadas y grises, oscurecidas por el tiempo y la contaminación. Un aire roto, una atmósfera vacía y una dejadez que lo inunda todo.

Hoy veo esas fachadas repintadas hasta el más mínimo detalle. Un adoquinado lustroso de parque temático. Unas torres deliberadamente oscuras para recordarnos lo que este lugar fue hace no mucho tiempo. Y un aire limpio que recorta las siluetas de los campanarios sobre esas nubes que siempre están ahí.

Han pasado casi 20 años, casi como un soplo. Pero la transformación del alma de esta ciudad parece una metamorfosis de cinco generaciones. No queda nostalgia. Ha sido sustituida por una belleza brillantísima y sin paliativos. Una belleza de producto artificial que apabulla sin piedad a los que la contemplan.

Hoy me miro en el espejo y hago el esfuerzo de compararme con la imagen que la plata me devolvía la última vez que estuve aquí, en un ejercicio de competición con la metamorfosis de esta ciudad. Veo algunas marcas del tiempo rasgando la imagen de mí que veo reflejada. Pero también puedo contemplar las cicatrices del alma e, incluso, algunas heridas que siguen abiertas. Boquetes que duelen.

Pienso en la mano de pintura que necesita lo que hay dentro de mí, en algo o alguien que lustre lo que va quedando, como el pintor de las paredes de Praga.

O quizá sea mejor conformarse en la contemplación de la belleza rancia, gris y melancólica del pasado. La belleza que lo es precisamente por no estar restaurada, por ser más auténtica.

Es el Praga de 1988 que todavía está en mi interior.