El ser humano del género masculino presenta una amplia batería de recursos que nos facilitan el raciocinio, que nos permiten dilucidar qué hacer y cómo reaccionar ante las más variadas situaciones y que hacen posible que tomemos decisiones.
Se trata de un conjunto de órganos de los que disponemos, a saber: el cerebro (popularmente llamado coco: interviene en momentos en los que la lógica y el análisis deben imperar), el estómago (nos permite tomar decisiones guiados por la intuición), el corazón (para solventar esas dudillas en las que el sentimiento es lo primero) y –con perdón- el pito (guía indiscutible en muchos otros momentos de nuestras vidas)
Normalmente estos órganos tienden a formar un conjunto armónico, en el que se complementan entre ellos y se turnan en su protagonismo según sea la decisión a tomar. Que el asunto es de negocios pero no hay información fiable, pues nada, el estómago saca pecho y decides por intuición. Que resulta que estás completamente enamorado, pues qué se le va a hacer: apuestas por la relación y compras ese anillazo a pesar de que los números de la cuenta corriente que maneja tu cerebro te indiquen que el descubierto está cerca. Y así todos los días.
El problema surge cuando te enfrentas a una situación en la que dos de los órganos no se ponen de acuerdo sobre quién es el encargado de tomar la decisión. Ahí la hemos jodido, sí señor. Y la probabilidad de cagarla se dispara.
Pero es lo que hay. Hay que jugársela.
Es la salsa de la vida.
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1 comentario:
que mal la informacion
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